Koolhas habla de lo que podría ser una degradación del urbanismo a lo largo de la historia: esto se produce realmente por tratar de confundir la cantidad con la calidad, lo que ha hecho que se repitan edificios sistemáticamente, creando una arquitectura y un urbanismo sin valores. Es más, el autor del texto se cuestiona si a esto puede llamársele modernidad. Koolhas llega a decir: “los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez derrotados por un ordenador”, esta pérdida de valores, la repetición sistemática que se produce, tan solo por “rellenar” un espacio para resolver unas determinadas necesidades es algo que avergüenza al propio autor. En cierto modo esto ocurre, dice Koolhas, porque el urbanista no es capaz de ver más allá de su propia ideología y pensamientos; no es capaz de concebir pequeños cambios que podrían solucionar estos problemas de los que se habla en la ciudad.

Koolhas identifica un momento en la historia –la generación de Mayo del 68- en que el urbanismo queda dividido en la documentación para desarrollar filosofías y proyectos que buscan una ciudad preservada y reconstruida y en la actitud desdeñada que lleva a la creación de espacios poco cualificados.

El propio autor llega a hablar de “la muerte del urbanismo”, ya solo se construye arquitectura: mientras que la arquitectura establece los límites, cómo se separa del resto, es el urbanismo el que se encarga de la conexión.

“El nuevo urbanismo escenificará la incertidumbre”. Con esto se refiere a no definir la ciudad como algo rígido, con objetos permanentes estrictamente, sino crear espacios de potencial que puedan modificarse con el objetivo del propio crecimiento.

Por último, Koolhas dice que debemos aceptar el fracaso, y que esto no debe desanimarnos sino impulsarnos hacia un mejor urbanismo, y propone la relación del urbanista con la ciudad como un elemento colaborador y no un mero creador.