La ciudad puede estudiarse desde el punto de vista de diversos campos y todos ellos tienen que ver por supuesto con el hombre, todo lo que a él le afecta, le afecta a la ciudad.

Hay multitud de definiciones sobre la ciudad y algunas nada tienen que ver con otras pero son igualmente respetables. Esto es porque incluso las ciudades nada tienen que ver unas con otras. Por ejemplo la polis griega cuyo elemento fundamental es la plaza y el debate, la política, la diversidad e interrelación que se produce en ella; no tiene nada que ver con la ciudad anglosajona, ciudades calladas, reservadas, de vida doméstica. Entre estas dos queda la ciudad musulmana que lleva al extremo la vida privada aunque también tiene espacios de relación como lo son los patios de las mezquitas. Pero una relación diferente, religiosa y de meditación. Son ciudades revueltas, confusas, casi laberíntias, sin apariencia exterior ni fachadas (al contrario que la polis). También disfrutan de otro espacio común aunque muy funcional como es el zoco, el bazar o la alcaicería.

La ciudad musulmana es organización de dentro a fuera, la casa ha prevalecido y ha obligado a la calle a encontrar su acomodo; y la occidental es desde la calle, previamente trazada, a la vivienda.

La ciudad española ha supuesto un intendo de conciliar la urbe occidental latina con el hermetismo de la sociedad islámica. De ello son consecuencia por ejemplo las ciudades convento que tanto se dieron durante la época del Barroco.

Las verdaderas ciudades tienen un alma que las hace tener un estilo, una cara, un espiritu y entidad propios que las hace distinguirse de las demás. Las ciudades sin alma son aquellas que ha dado origen la revolución industrial: ciudades desalmadas, dominadas por la producción y el beneficio económico, falsamente reputadas como símbolo de progreso.

Ahora se intenta recuperar espacios como el ágora de las ciudades helenas, centros cívicos de relación. La ciudad moderna se caracteriza por su desintegración, le falta una figura propia.