El autor comenta en el texto el proceso que se produce de desarraigo y deshumanización en las ciudades que resultan del crecimiento desmesurado de las ciudades actuales y de los problemas de las grandes metrópolis. Esto es algo que podemos reflexionar en la historia, como las ciudades han ido creciendo vertiginosamente en aspectos tecnológicos, centrando toda la atención en este aspecto, dejando a un lado el desarrollo de planes y estrategias destinadas para satisfacer las necesidades de las personas.

Plantea la difícil tensión entre la necesidad de densificar y la de expandir y cómo las ciudades se complejizan y segregan al mismo tiempo.

Estamos ante ciudades deshumanizadas pero no hay que olvidar también que tienen una gran riqueza, ya que perviven recuerdos de todas las formas de vida por las que hemos pasado. Hay que conseguir recuperar el alma ciudadana, recuperar este espacio de interacción entre personas, que es lo que hace que una ciudad se mantenga viva.

No podemos dejar que el hombre se sienta desintegrado, en semejanza con su hábitat, debemos pues mejorar la ciudad de modo que las áreas estén bien repartidas, creando así una ciudad que se ajuste a la medida del hombre teniendo en cuenta  cómo podemos medir su felicidad, ya sea en seguridad, transporte o zonas de ocio.