El urbanismo dejó de ser lo que era, y debería dejar de ser lo que es. Es decir, el urbanismo tal y como se conocía, desapareció precisamente porque no sabía leer y responder a las necesidades de la ciudad. Y debe cambiar, porque debe dejar de controlarlo todo, y aprender que la ciudad no es estática, y necesita respirar. Necesita espacio para desarrollarse y pedir aquello que necesite.

“El nuevo urbanismo escenificara la incertidumbre. No se ocupara de la disposición mas o menos permanente de objetos en el territorio sino de la irrigación de potenciales en él… no consistirá en la definición minuciosa de cada detalle y en la imposición de límites, sino en la expansión del contenido y la negación de las fronteras” (Rem Koolhaas, Urbanism can I... become a gay science?).

Sin embargo, me pregunto si es posible ser realmente capaces de darle esa libertad. O incluso si el arquitecto será capaz de planificar sin planificar, de construir sin hacerlo.  

Si bien es cierto que como Rem Koolhaas nos indica, quizás este sea el momento no solo de cambiar de urbanismo, si no de cambiar nuestra forma de ver el urbanismo y de ver la ciudad. Dejar a un lado el egocentrismo y la seriedad, y sentirse una vez más parte de la ciudad y divertirse en ella. Aprovechar esta incertidumbre para experimentar en ella.