La arquitectura es para mí la propia gente, el aire, las cosas, los ruidos, los colores, las presencias materiales, las texturas, y también las formas. Las formas que puedo entender. Formas que puedo intentar leer. Formas que encuentro bellas. Por tanto puedo afirmar que la realidad arquitectónica solo puede tratarse de que un edificio  o una ciudad me conmueva o no.

Todo el mundo sabe a primera vista si un lugar le gusta o no y de forma incosciente almacenamos en nuestra mente los sentimientos que nos transmiten estos lugares. Así pues, la función del arquitecto debe ser llegar al corazón de los espectadores, emocionarlos, hacerles sentir las formas bellas que él  puede proyectar para la vida.  

¿Es por tanto el arquitecto fundamental en la construcción de la ciudad? Sí, claro que sí. La ciudad es un conjunto de formas; más grandes o más pequeñas; edificios y parques; calles y avenidas. La belleza de una ciudad se encuentra en la ciudad en sí misma, y el papel del arquitecto es mostrar esta cualidad a la gente que la habita, creando rincones secretos, edificios monumentales, lugares que visitar e incluso lugares donde esconderse de la propia ciudad.

El concepto que se me viene a la mente para designar todas las sensaciones mencionadas anteriormente es la “atmósfera”. La atmósfera habla de la sensibilidad emocional de las personas y la obra de arquitectura de la ciudad debe ser capaz de llegar a dicha sensibilidad. Una célebre frase que remite a Patón es “La belleza está en los ojos de quien mira”, y qué mejor manera de descubrirla que a través de la arquitectura.