Bajo la metáfora de comparar la ciudad con un árbol, el autor nos da a entender que las ciudades, en ocasiones, crecen y se desarrollan como tal. Crecen de forma natural, a pesar de los planteamientos y proyectos urbanos que en ésta se desarrollen. Podríamos decir que echar raíces es el primer paso. Los edificios y calles se asientan sobre sus antecedentes históricos, adatándose al entorno y haciendo suyo el terreno. En todas las ciudades, el elemento natural conforma una gran parte de su carácter. En segundo lugar, el tronco comunica todas las partes de la ciudad. Los grandes ejes cumplen están función, conectando y otorgando fluidez a la ciudad. Finalmente las ramas representan las comunicaciones internas y la apertura de la ciudad hacia el exterior. 

Aunque fielmente planificada, es difícil tener en cuenta todos los factores que afectan a éste tipo de ciudad, ya que al final, es el ciudadano el que la crea y el que la hace evolucionar, creciendo de forma espontánea. Frente a las ciudades árbol, los retículos superponen zonas y usos, necesitándose unas de otras para crecer en unión. Más sectorizadas, las zonas crecen complementándose, y obligando a la ciudad a autoformarse como una sola entidad, dependiente de sí misma, lo cual la hace estar más unida y cohesionada. Una ciudad sin relaciones tiende a desaparecer, impidiendo la generación de una entidad propia entre sus habitantes.

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